EL MIEDO DE LA ROSA

Teme cualquier rosa a marchitarse,
a morir sin más el próximo invierno.

Aquella que otrora
ya hizo brillar
jardines de un rey,
o que sonrojó
bajo algún balcón
a alguna doncella
que la recibió
junto a una sonata
de su pretendiente.

Se niega a tener
que por marrón cambiar
el rojo carmín
que cubrió sus pétalos,
y verlos secar,
 perderse y morir
igual que el olor
con que ella embriagaba.

¡Ella que alegraba fiestas
y trajo el color a cenas de gala!
¡Ella que se paseó
por el bulevar
en una solapa!

Ahora tiene miedo de ser olvidada.
Miedo a que nadie recuerde
cómo ella se abrió,
cómo perfumó
la sala de casa...

Y no niega aquel dolor
que sus espinas causaron
cuando sin mucho cuidado
la quisieron poseer.
Que es también labor de rosa,
el se hacer de merecer.

Pero tiene miedo, teme,
a nunca más florecer,
a no pinchar ya más almas...
¡Qué efímera su vida es!
¡Qué fugaz su primavera pasa!

Ve sus pétalos caer,
uno a uno van cubriendo
ese suelo que, después,
será cuna de otras rosas
que de ella han de absorver
el perfume que dejó
y que nunca ha de volver.

Murió la rosa con miedo.
Se marchitó sin saber
que fue el abono de otras
que aún están por florecer
y que heredarán su aroma
y su carmín de mujer.


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